Hace unas semanas fue el primer aniversario de uno de los días más felices y más difíciles de mi vida hasta ahora: renunciar a trabajar como médica veterinaria.
Para celebrarlo decidí sacar y botar todas las notas, apuntes y documentos que había guardado durante los 6 años de carrera con la ilusa ilusión de que “algún día iba a necesitarlos”.
Sin embargo, confieso que detrás de esa idea de necesidad, también había cierto aprecio. Ese aprecio que se crea por las cosas que toman tiempo y esfuerzo. Un aprecio que si se lleva a lo material cualquiera podría cuestionarlo porque “sólo es un montón de papel”, pero el peso simbólico de las cosas a veces le da mucho más sentido y valor que su materialidad.
Entonces desocupé folders, carpetas y cajas que tenían un montón de papeles, resúmenes, documentos y libros (mentalmente calcula la cantidad de papel que alguien puede acumular durante 6 años, dizque “por si algo”). Le tomé una foto y lo publiqué en historias porque me pareció un hito relevante en mi realidad actual de ser humana. Se creó una reacción que no esperaba: varias personas no comprendían el por qué, e incluso algunas compañeras que aún trabajan en veterinaria pegaron el grito en el cielo diciéndome que cómo se me ocurría.
Una me dijo que le guardara todo lo de caninos y felinos, otra que todo lo de farmacología, otra que lo de patología clínica, en fin, me los fueron pidiendo, pero todas abogaban porque no los botara. En este punto vale la pena contar que mi aprendizaje suele ser muy visual, por lo que me encanta tomar notas y eso hace que mis apuntes suelan ser muy estéticos, ordenados y completos. Les respondí que entonces iba a tomarme el trabajo de sentarme a seleccionar lo que cada una me había pedido, pero ahora llevo semanas con la bolsa llena de papeles arrumada recogiendo polvo en un rincón de mi cuarto, porque no quiero deshacer el trabajo que ya hice: sacar los papeles, limpiar el polvo, integrar la idea de dejar ir eso que me costó tanto esfuerzo, y hacer espacio para lo nuevo.
Pensé entonces en: el hábito del deshacer.
Deshacer como sinónimo de destruir pero sin la agresividad de por medio. Deshacer como sinónimo de destrenzar, de volver al punto iniciar, de caminar en reversa como si nunca hubieras recorrido ese camino, de devolver un cassette con un lápiz.
El diccionario describe la acción como “Hacer que una cosa vuelva a estar como antes de ser hecha, de manera que desaparezca o quede destruida, descompuesta o desarreglada” pero eso me conflictúa un montón .
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¿Podrán realmente deshacerse las cosas, las acciones o las situaciones? ¿Qué es “eso” que realmente puede deshacerse? ¿Cuando deshaces algo, realmente desaparece lo anteriormente hecho? ¿La consecuencia de deshacer es siempre destruir, descomponer o desarreglar, o puede ser reconstruir, recomponer y arreglarlo de otra manera? ¿Y si deshacer solo es mirar por el retrovisor para revisar qué sucede detrás pero seguir manejando hacia adelante?
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Yo elijo ver el hábito de deshacer como una acción constante de revisión. Como un acto incluso revolucionario contra la idea de que todo siempre tiene que ir para adelante, de manera líneal y predefinida, como si la vida se tratara de cumplir un horario de tren (spoiler: los trenes de la vida llegan a las estaciones sin horarios definidos).
Deshacer siempre es una opción. Deshacer es esa chispa que te permite evaluar si algo puede mejorar, si te equivocaste y es prudente pedir perdón o reparar.
Elijo asumir el hábito de deshacer e incluirlo en mis rituales y rutinas, incluso aunque aún no tenga claridad sobre qué puede deshacerse o qué sucede realmente cuando la acción se ejecuta.
Confío en que lo iré descubriendo en el camino.
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